Batallas
Hubo un tiempo en que el rock era un sonido que te electrizaba el alma, y lo demás no importaba, por falta de conciencia o de conocimiento. Ahora, cantar Running free o Prowler te lleva a paisajes urbanos imaginados que se mezclan con el recuerdo de sensaciones de aquella época, cuando éramos o demasiado niños o ya demasiado adolescentes, suponiendo que aquello era el grito de rebeldía contra no se sabía qué exactamente. Contra el sistema, contra el régimen conservador o los convencionalismos burgueses. En cambio, visto ahora, el aspecto de la figura de Eddie the Head sin duda se convierte en espejo en el que mirarse para reconocerse enfermos y perdidos en la sociedad posindustrial y nihilista. En eso radicaba el sentimiento de protesta, en la ausencia de valores y autoridad legítimas pero, sobre todo, en el fracaso de la tradición cristiana o la ausencia de un mensaje espiritual que nos pudiera construir como algo diferente a zombies abocados a la precariedad laboral, la comodidad superficial, el materialismo o la delincuencia. Si el punk era anticristiano no es por un rechazo al evangelio en sí mismo, sino por la hipocresía de la sociedad cristiana que predica una cosa y en realidad nos lleva a otros terrenos más desesperanzadores. Ahora, entre los momentos para estas audiciones, algún familiar se te acerca para animarte a formar una banda de rock, como una manera de echar fuego al alma, quizás porque quieren salvarte del ascetismo y la disciplina. Pero, por otra parte, es de una vanidad imperdonable pretender formar una banda de rock a estas alturas, con todo lo ya creado y, sin duda, ya insuperable, que nos ofrece audiciones reflexivas que se hilvanan con la emoción eléctrica. ¿Contra qué rebelarse, pues, inspirados por estos sonidos?. Contra los Gigantes del día a día, o sea, el orgullo, la duda y el miedo. Contra aquello que amenaza a la pureza, la verdad y la sencillez. En ello hay que poner ahora la garra y el nervio.
Comentarios
Publicar un comentario